UNA PERFECTA FELICIDAD, Gustavo Zappa

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GUSTAVO ZAPPA, Una perfecta felicidad, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 1998, 56 páginas.

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LAS TÍAS

   Invariablemente hacia fin de año, desde su viudez, tía Celia venía a pasar unos días con su hermana. Nati vivía sola en un departamento ubicado en el centro de la ciudad, había tenido un matrimonio desafortunado y sin hijos. Celia, en cambio, lo tenía a Osvaldo, el hijo juez, pero también vivía sola con la compañía en sordina de una mucama quejosa.
   En Buenos Aires las tías se las arreglaban para visitar a un puñado de sobrinos y pasar las fiestas en la casa de Beba, la hija de Delia. Cuando ellas venían, mi padre adoptaba una expresión casi infantil y volvía a ser el sobrino predilecto. “Mi sobrino es un santo varón”, repetía Nati ya un poco ebria por el vermú. Todos los veranos era lo mismo. Las tías se quedaban unas horas, mamá preparaba una picada, nos reíamos, se hablaba de otros tiempos, Celia nos invitaba a pasar unos días en Mendoza y después mis tías se iban muy satisfechas a pasar unos días a la casa de mi prima Beba.
   A medida que mi padre se acercó a la edad que tenían las tías cuando venían de visita, las noticias de ellas fueron más esporádicas. Nos enterábamos por Beba, que entonces viajaba a Mendoza por lo menos una vez al año. Nati se mudó, así estaban las dos juntas, y Celia escribía una tarjeta para cada navidad.
   Finalmente Beba dejó de viajar, Nati murió y, después de un tiempo, Celia se internó en un geriátrico. Entonces su letra temblorosa comenzó a hacerse presente más a menudo. Hace poco escribió una tarjeta navideña para mi padre diciendo: “Pensá que la única tía que te queda por parte de tu padre está feliz y te recuerda siempre con mucho cariño. Tía Celia”.

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