WONDERWOMEN, María Ángeles Cabré

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MARÍA ÁNGELES CABRÉ, Wonderwomen, Sd-Edicions, Barcelona, 2016, 214 páginas.


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Sd-Edicions acierta al recopilar en este libro estos retratos emitidos en el programa de Radio 4 Wonderland.
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MARÍA MOLINER. PALABRA SOBRE PALABRA [1900-1981]

   Como Pompeu Fabra fue el mago de la lengua cata­lana, María Moliner lo fue de la lengua española. Pero ella fue una mujer y para más inri republicana, de modo que no acabó siendo nombrada catedrática ni tampoco saboreando las mieles del triunfo. Una humilde bibliotecaria llamada María Juana Moliner Ruiz que un buen día se puso a hacer fichas en su mesa camilla, eso fue María Moliner, la autora del diccionario que Francisco Umbral calificó de genialmente “intuitivo”.
   Esta zaragozana nacida con el siglo (le gustaba decir que nació en el año 0) sufrió pues doblemente: como mujer y como republicana. Como mujer por querer llevar adelante su afición lexicógrafa allí donde sólo a los hombres les estaba permitido “le­xicografiar”, y como republicana porque perdió la guerra y le tocó estarse calladita yen un rincón, como tantos otros y tantas otras. Hija de un médico rural, desde su tierra aragonesa la familia se trasladó a Soria y después a Madrid. María tuvo la inmensa suerte de estudiar en la Institución Libre de Enseñanza (ese pozo de sensibilidad pedagógica, inspirado en la filosofía krausista, a la que a día de hoy haríamos bien en volver en beneficio tanto de nuestros jóvenes como del conjunto de la sociedad). Allí se dice que fue ni más ni menos que Américo Castro quien despertó su interés por la lengua. Tras cursar historia en la universidad y licenciarse con pre­mio extraordinario, María ingresó en el Cuerpo Facultativo de Ar­chiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, incorporándose al Archivo de Simancas, sito en Valladolid.
   Su camino hasta el mencionado archivo no fue fácil, pues durante un viaje a su padre le había dado por quedarse a vivir en Argentina, dejando atrás a su mujer y a sus tres hijos, por lo que María, al ser la mayor, tuvo que madurar a marchas forzadas, con­sagrando sus horas a dar clases particulares para poder llevar a casa algún dinero. De Valladolid se trasladó a Murcia y allí cono­ció a Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física nacido en Mont-Roig, Tarragona (localidad por cierto estrechamente vinculada a Joan Miró), con quien se casó. María bromeaba y decía que el nombre y los apellidos de Fernando le invitaban a pensar que se había casado con tres hombres a la vez. Y lo cierto es que ese hombre “tres en uno” no carecía de virtudes, ya que entre otras cosas consiguió que el mismísimo Einstein fuera a ex­plicar su teoría de la relatividad a Madrid.
   María Moliner fundó junto a su marido y a otros matrimonios afines la Escuela Cossío, que seguía el modelo de la Institución Libre de Enseñanza. También dirigió las Bibliotecas Circulantes de las Misiones Pedagógicas organizadas por la República, que lleva­ban la cultura allí donde más se necesitaba, y era tan eficiente que la invitaron a dirigir la biblioteca de la Universidad de Valencia. In­cluso llegó a escribir un pequeño librito titulado Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas, que dada su innata humildad se olvidó de firmar. Pero como no podía ser de otro modo, la mal­dita Guerra Civil lo estropeó todo y tanto ella como su marido fueron expedientados por el bando ganador: él perdió la cátedra y ella fue degradada profesionalmente, lo que supuso para la fa­milia no pocos disgustos. Fueron desterrados a Murcia y sólo años después Fernando fue readmitido y ella consiguió entrar como bibliotecaria en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, donde la llamaban la Roja, apodo que en su fuero interno llevaba con orgullo.
   La pareja tuvo cuatro hijos y solían pasar las vacaciones en Cataluña, precisamente en Mont-Roig. Cuando los hijos acabaron los estudios, a María le dio por llenar el tiempo confeccionando un diccionario de uso del español, que echaba en falta, tratando de encerrar en él el idioma de la calle, la lengua viva, y no la len­gua muerta que albergaba entonces el Diccionario de la RealAca­demia Española. Quería hacer un diccionario único en el mundo y lo logró, aunque en lugar de los dos años previstos al final le de­dicara quince. La editorial Gredos lo publicó en 1966 bajo el tí­tulo de Diccionario de uso del español (aunque todos lo conocemos como “el María Moliner”); tenía más de 1500 páginas y pesaba tres kilos, como un bebé.
   María Moliner llegó a ser la directora de la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid y se jubiló en 1970. En 1972 dos académicos se atrevieron a proponer su candidatura a la Real Academia Española, en concreto para ocu­par el sillón B, pues méritos no le faltaban a esta lexicógrafa aficio­nada, pero los demás se opusieron y no entró. Hubiera merecido ser ella la primera mujer en entrar en tan insigne institución, pero el inveterado machismo de la RAE impidió que fuera aceptada, aun­que cómo olvidar también que su formación filológica fue amateur y que eso era algo que una institución como la RAE no estaba dis­puesta a aceptar. Unos años después, los académicos le prestaron un asiento a la escritora Carmen Conde.
   El tiempo ha demostrado, sin embargo, que el trabajo in­gente y tenaz de Moliner fue soberbio, y que valió la pena aquella dedicación abnegada de tres lustros. Pasó los últimos años en su casa de la madrileña calle de Santa Engracia, ya viuda y rodeada del cariño de los suyos. Recientemente la actriz Vicky Peña la in­terpretó en el teatro, como siempre magistralmente. Casi dos veces más largo que el de la RAE, García Márquez consideraba su diccionario también dos veces mejor. Y es por ello que quiso conocerla, cosa que sus hijos impidieron, pues por esas fechas la ya anciana María padecía alzhéimer. El destino haría que García Márquez lo sufriera también. Los dos amaron hasta la locura las palabras y para desgracia de ambos estas fueron desdibujándose hasta perder todas y cada una de sus letras.

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