PALABRAS MORIBUNDAS, Álex Grijelmo & Pilar García Mouton

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ÁLEX GRIJELMO & PILAR GARCÍA MOUTON, Palabras moribundas, Taurus, Madrid, 2011, 386 páginas.
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Álex Grijelmo condujo el espacio radiofónico «Palabras moribundas» de RNE desde septiembre de 2004 hasta julio de 2007; después fue responsabilidad de la filóloga Pilar García Mouton. Lo que entonces era oído ahora puede ser leído gracias a la Editorial Taurus.

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DANDI

   Suena algo pasada de moda, pero se decía para alguien elegante, bien vestido, refinado y de buenos modales. Ahora se considera un elogio calificar a alguien de dandi, al menos es lo que se deduce de la definición actual del diccionario de la Real Academia: «Hombre que se distingue por su extremada elegancia y buen tono», pero no siempre fue así. La edición de 1927, que es cuando entra la palabra, decía: «Anglicismo por petimetre». Y petimetre venía a ser alguien muy presumido, del francés petit maître, ‘pequeño señor, señorito’, voz que admite femenino, definido como «Persona que se preocupa mucho de su compostura y de seguir las modas», con un matiz un poco despectivo. Así que, al principio, un dandi era un petimetre. La cosa empeoró después, porque los académicos cargaron la mano mucho más con esta palabra en la edición de 1950. Decían allí: «Anglicismo por lechuguino o pisaverde». Un lechuguino es un «Muchacho imberbe que se mete a galantear aparentando ser hombre hecho» y un «Hombre joven que se compone mucho y sigue rigurosamente la moda», un presumido también. La definición de pisaverde es un poco más cruel: «Hombre presumido y afeminado, que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos». Así que petimetre, lechuguino y pisaverde son términos que censuran este tipo de presunción en los hombres. Pero la definición de dandi cambió en la edición del diccionario de 1983 por la que vemos ahora, que es más bien elogiosa.
   Juan Ramón Jiménez escribió sobre los dandis en Españoles de tres mundos:
   Mal está siempre el dandismo, sobre todo el dandismo esteriorizado, en cuanto es representación inútil, teatralidad fuera de tiempo y espacio, estravagancia en la vida cotidiana. Todavía puede comprenderse, no aguantarse, el dandismo auténtico y posible, es decir, cuando el dandi puede serlo plenamente, cuando no es un cursi. [...]. El dandismo de quiero y no puedo, de imitación poblana, me parece nauseabundo.
   Mucho más reciente, del 2 de septiembre de 1994, es un artículo de La Vanguardia, que decía de Jorge Valdano: «De labia grandilocuente y maneras de dandi, el técnico argentino también tendrá que sortear el fuego cruzado entre las emisoras madrileñas, polarizadas por la guerra de audiencias entre la COPE y la SER».
   Es relativamente frecuente oír o leer que alguien tiene aires de dandi, que está o va hecho un dandi. Y mucha gente escribe dandy, a la inglesa, quizá recordando aquella colonia de caballero que se llamaba Varón Dandy, y lo definen como «un señor de cierta edad que siempre aparece impecable», como los galanes del cine o teatro del tipo de Arturo Fernández. Actualmente la palabra se oye poco. Algún exagerado afirma no haberla oído en los últimos treinta años, y cree que se ha ido quedando en el ámbito familiar, donde se usa como piropo normalmente para un señor mayor, padre o abuelo, que cuida de forma especial su aspecto general y, sobre todo, su forma de vestir.
   Ya en 1894, en su zarzuela La verbena de la Paloma, Tomás Bretón y Ricardo de la Vega ponen en boca de don Hilarión la palabra dandy, cuando canta en la escena anterior al famoso «¿Dónde vas con mantón de Manila?»: «¡Soy un dandy!, ¡soy un bribón! Nadie dirá, lo que yo soy». También aparece en la zarzuela La Gran Vía. Y Juan Luis González-Ripoll estuvo a punto de ganar el premio Nadal en 1981 con una novela titulada El dandy del Lunar. Resulta evidente que la palabra está en retroceso, porque siempre surge en referencias a los padres y a los abuelos, no a los hijos. Pero todavía hay gente que la usa.

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