BOB DYLAN. 99 RAZONES PARA AMARLO (O NO),

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JORDI SIERRA, Bob Dylan. 99 razones para amarlo (o no), CrossBooks, Barcelona, 2017, 192 páginas.

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En Prólogo 1 [2016] (pp. 7-10), Sierra confiesa: «he optado por hacer un manual de urgencia, centrarme en 99 partes, 99 facetas, 99 puntos esenciales del universo dylaniano y comentarlos desde el amor, pero también desde la crítica, la seriedad o la ironía que tan bien le va al personaje».
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 A HARD RAIN'S A-GONNA FALL (O CUANDO LA BOMBA ESTÁ A PUNTO DE CAER)

  
   Desde que Fidel Castro entró en La Habana el 1 de enero de 1959 e instauró un régimen comunista a doscientos cincuenta kilómetros de la costa americana, los yanquis miraban más que de reojo a Cuba. Eran un peck in the neck («grano en el cogote»). El chapucero intento de provocar una contrarrevolución, ayudando a unos cientos de exiliados cubanos a volver a la isla con apoyo americano, se había saldado con un desastre y una vergüenza nacional. En sesenta y cinco horas, del 15 al 19 de abril de 1961, el ejército cubano mató a más de cien invasores, apresó a mil doscientos y se quedó con todas las armas de la llamada invasión de Bahía Cochinos (para los cubanos, la batalla de la playa de Girón). Kennedy auspició la invasión, pero no la secundó con los apoyos necesarios, entre ellos el aéreo, para no meterse directamente en una guerra. Castro propinaba así una sonora bofetada al imperio.
   La tensión seguía.
   Entonces, a mediados de octubre de 1962, los servicios de espionaje de Estados Unidos descubrieron que en Cuba se estaban instalando rampas de lanzamiento de misiles rusos.
   Esta vez a Kennedy no le tembló el pulso.
   El 22 de octubre, el presidente se dirigió a su pueblo por televisión en un discurso de diecisiete minutos. Se iniciaba un bloqueo naval y aéreo a la isla, se exhortaba a los cubanos a desmantelar las rampas, y a los soviéticos, a llevarse sus misiles. En caso contrario...
   El temible botón rojo.
   «La bomba.»
   El mundo jamás estuvo tan cerca de una guerra nuclear como en aquella larga semana. Dos gallos de pelea frente a frente: Kennedy, escarmentado por Bahía Cochinos, y Krushchov, el premier ruso capaz de quitarse un zapato y golpear con él una mesa en la mismísima ONU. Krushchov habló de «agresión» y dijo que los barcos rusos no darían la vuelta. Las órdenes de la armada americana eran simples: disparar si cruzaban la línea de bloqueo.
   Hubo negociaciones sotto voce, pactos que no se dieron a conocer hasta años después. Los americanos se avinieron a retirar sus misiles de Turquía. Los barcos rusos dieron media vuelta y las rampas se desmantelaron. El mundo respiró tranquilo.
   Pero muy poco antes de todo esto, apenas un mes, un inspirado Bob Dylan escribió su portentosa A hard rain's a-gonna fall («Es muy dura la lluvia que va a caer»). Quizá se inspiró en el discurso que Kennedy pronunció el 9 de septiembre, instando al gobernador Wallace, de Alabama, a terminar de una vez con la segregación racial. Estados Unidos estaba en guerra consigo mismo. La compuso en casa de su amigo Chip Monck, en el Village, y se convirtió en uno de los temas más simbólicos de aquellos días y de todas las veces en las que el mundo estuvo después rozando la locura. Nuestro héroe ya era premonitorio.

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